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Las “raíces cristianas” de Europa: una exigencia
confesional
© Guillermo Sánchez Vicente [guillermosanchez@laexcepcion.com]
(19 de marzo de 2004)
En nuestro artículo ¿Una
Europa confesional? argumentábamos cómo la exigencia vaticana del reconocimiento
de las “raíces cristianas” de Europa en la Constitución Europea
atenta contra el principio democrático de separación entre iglesia y estado.
El Vaticano, monarquía absoluta teocratista que no pertenece a la Unión Europea,
reivindica en una clara injerencia en asuntos ajenos, no el reconocimiento de
su presente (la línea aperturista del Concilio Vaticano II), sino el de su historia,
durante la cual se alzó como poder contrario a las libertades.
En realidad, es anticristiano el que un territorio se pueda considerar “cristiano”,
pues Cristo se presenta en el evangelio como salvador personal, y jamás
como una especie de patrón colectivo de una comunidad política.
A la campaña vaticana se han sumado muchas voces, tanto católicas como de
otras confesiones cristianas o incluso de procedencia aconfesional. Seguramente
gran parte de estas personas apoyan esta solicitud movidas por nobles intenciones
de querer ver reconocida una realidad histórica, cual es el peso del cristianismo
en la historia de Europa. Es evidente que las influencias de un cristianismo
genuino han sido positivas en la historia europea; pero no es precisamente
la negra historia de la Iglesia Católica Romana (la que el Vaticano quiere
reivindicar) la que representa, ni remotamente, ese cristianismo genuino.
Por ello, es necesario comprender que esta exigencia responde a un proyecto
confesional, y no a pretensiones de justicia histórica. Ello se hace más evidente
leyendo las declaraciones que en los últimos años han pronunciado destacados
jerarcas católicos, comenzando por su jefe. La siguiente selección es significativa:
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«Yo, Sucesor de Pedro en la Sede de Roma, una Sede que Cristo
quiso colocar en Europa y que ama por su esfuerzo en la difusión
del cristianismo en todo el mundo. Yo, obispo de Roma y Pastor de
la Iglesia universal, desde Santiago te lanzo, vieja Europa, un grito
lleno de amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre
tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores
auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica
tu presencia en los demás continentes» (Juan Pablo II,
Santiago de Compostela, 9.11.82).
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«A la luz de las desventuras derramadas sobre el siglo XX
se comprende que los derechos de Dios y del hombre se afirman o caen
juntos» (Juan Pablo II, Zenit, 17.12.00).
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«El “viejo” continente necesita a Jesucristo para
no perder su alma y no perder aquello que lo ha hecho grande en el
pasado y que todavía hoy lo presenta a la admiración
de los demás pueblos» (Juan Pablo II, Zenit, 26.2.02).
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«La Iglesia tiene una responsabilidad universal, una responsabilidad
misionera para anunciar la nueva evangelización. Forma parte
de esta tarea la llamada a las raíces cristianas de Europa»
(cardenal Ratzinger, Zenit, 3.3.02).
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Los representantes católicos y ortodoxos griegos buscarán
«coordinar esfuerzos para que Europa siga siendo un pueblo cristiano»
(comunicado de prensa del Consejo Pontificio para la Promoción
de la Unidad, Zenit, 7.3.02).
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«Los grandes movimientos y tradiciones religiosos,
espirituales e intelectuales deberían ser reconocidos como
una herencia viva de Europa» (obispos católicos a la
Convención Europea, Zenit, 24.5.02).
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«La Iglesia católica no busca privilegios, sino que
sólo busca cumplir con su misión a favor de toda la
sociedad». «Sin reducir nunca la fe a la cultura, la Iglesia
se esfuerza por dar un fondo cultural a la vida de fe para que ésta
inspire toda la vida privada y pública, la realidad nacional
e internacional» (Juan Pablo II, Zenit, 3.6.02).
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«La Iglesia [...] siempre ha desempeñado una función
determinante en la educación en los principios fundamentales
de la convivencia civil, en el ofrecimiento de respuestas a las cuestiones
básicas concernientes al sentido de la vida, en la defensa
y promoción de la cultura y la identidad de los diversos pueblos»
(Juan Pablo II, Zenit, 5.9.02).
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«La Santa Sede ha favorecido desde el inicio el proceso de
unificación del Europa» (Juan Pablo II, Zenit,
13.9.02).
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«La ampliación al Este no es otra cosa que la reunificación
de los pueblos europeos. Su patrimonio común son los valores
enraizados en el cristianismo. [...] La entrada en la UE de países
con una fuerte tradición católica, como Polonia, Eslovaquia,
Lituania, podrá ser de gran ayuda y una aportación formidable
para la recuperación de la dimensión comunitaria y espiritual
de Europa, contra la lógica dominante del individualismo y
del materialismo» (cardenal Glemp, Zenit, 7.10.02).
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«Europa, al inicio de un nuevo milenio, ¡abre de nuevo
tus puertas a Cristo!» (Juan Pablo II, Zenit, 14.11.02).
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En Europa «se tiene que oír la palabra cristiana, sobre
todo teniendo en cuenta que existe un cuerpo doctrinal de la Santa
Sede que debe ser conocido» (cardenal Ricard M. Carles, Zenit,
6.12.02).
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«La Unión Europea debe reencontrar especialmente un
alma, dotarse de una gramática del espíritu, puesto
que es evidente que sólo los resultados materiales no bastan
para satisfacer las aspiraciones humanas» (Giampaolo Crepaldi,
secretario del Consejo Pontificio Justicia y Paz, Zenit, 27.1.03).
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Debemos «intensificar nuestros esfuerzos para que la unificación
de Europa llegue a cumplimiento [y] hacer lo posible para que se conserven
íntegras las raíces y el alma cristiana de Europa»
(Declaración Común de Juan Pablo II y Christodoulos,
arzobispo de Atenas y de Grecia, Zenit, 11.2.03).
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«”La fe cristiana y católica constituye la identidad
del pueblo español”, dije cuando peregriné a Santiago
de Compostela. Conocer y profundizar el pasado de un pueblo es afianzar
y enriquecer su propia identidad ¡No rompáis con vuestras
raíces cristianas!» (Juan Pablo II, Madrid, 4.5.03).
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Los cristianos de España deben «permanecer fieles al
Evangelio, defender y promover la unidad de la familia, a custodiar,
y renovar continuamente la identidad católica que es orgullo
de la nación. […] Gracias a los valores perennes de su
tradición, ese noble país podrá ofrecer una propia
contribución eficaz a la edificación de la nueva Europa»
(Juan Pablo II, Zenit, 7.5.03).
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«La evangelización de España, de Europa y del
mundo, a la que Juan Pablo II ha convocado de nuevo a nuestras iglesias
y a España, presupone y exige el contacto permanente con las
fuentes cristianas de la vida interior, sin rebajas, sin desconfianzas,
y siempre con generosidad. No hay evangelización sin vida interior»
(Antonio M. Rouco, presidente de la Conferencia Episcopal Española,
Zenit, 16.6.03).
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«La cultura europea da la impresión de ser una apostasía
silenciosa por parte del hombre autosuficiente que vive como si Dios
no existiera» (Juan Pablo II, Zenit, 13.7.03).
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La Iglesia, «como depositaria del Evangelio, ha promovido aquellos
valores que han hecho universalmente apreciada la cultura europea»
(Juan Pablo II, Zenit, 20.7.03).
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«Este día [el domingo] es símbolo por excelencia
de lo que el cristianismo ha representado y representa para Europa
y el mundo: la perenne proclamación de la buena noticia de
la resurrección de Jesús […]. Custodiando el sentido
cristiano del domingo, se ofrece a Europa una contribución
notable para la tutela de una parte esencial del propio patrimonio
espiritual y cultural» (Juan Pablo II, Zenit, 18.8.03).
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«Los países europeos sufrieron desde el siglo XVI numerosos
zarpazos en su fe católica por parte del protestantismo, países
tan católicos incluso como Francia e Italia, pero España
se libró de esos zarpazos. […] La apostasía
silenciosa que vivimos actualmente es peor que el paganismo, porque
los paganos aún no se han encontrado con Cristo, pero los apóstatas
sí, y es más difícil que éstos vuelvan
a la fe. […] La historia de Europa ha transcurrido por caminos
diversos de la fidelidad a Cristo. […] Nadie va a conseguir
instaurar los principios católicos en la sociedad a base de
negar su identidad y de esconderse» (Antonio M. Rouco, presidente
de la Conferencia Episcopal Española, Zenit, 30.9.03).
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«Entender la Inmaculada Concepción como plenitud de
armonía sería volver con verdadera novedad a las raíces
de la cultura cristiana europea« (cardenal Lozano Barragán,
Zenit, 12.2.03).
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«Oremos para que, también en nuestros días,
el mensaje universal de Cristo, confiado a la Iglesia,
sea luz de verdad y fuente de justicia y de paz para los pueblos del
continente y del mundo entero. Lo pedimos por intercesión de
María Virgen y de los santos y santas que invocamos como patronos
de Europa» (Juan Pablo II, ACI, 15.2.03).
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«La unidad de Europa no se puede construir sólo con
la economía; Europa tiene necesidad de un alma, de alma cristiana,
que fue implantada en vuestro país [Rusia] por los santos Cirilo
y Metodio. Así, la unidad de Europa hace urgente también
la unidad de la Iglesia» (cardenal Walter Kasper, 18.2.03).
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