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Pañuelo palestino y doble rasero El 14 de junio de 2010 la secretaria general del Partido Popular español, María Dolores de Cospedal, apareció en público en un mitin luciendo una prenda que muchos medios entendieron que se trataba del pañuelo palestino o kefiya. Pronto comenzaron a llover críticas. Cristina Losada, en el medio pro sionista Libertad Digital, aludía a «la prenda representativa de ese terrorismo que ha perpetuado el drama palestino», y añadía: «Tan secuestrado tiene la izquierda el imaginario, que a la derecha le entra el síndrome de Estocolmo y se suma a él sin complejos y sin reflexión en muchos casos. Puro acto reflejo el de unirse a aquello que se ha instalado como convención: ante todo, no seamos diferentes» (14.6.10; destacados añadidos en todo el artículo). En el mismo medio y fecha, en un artículo firmado por el Grupo de Estudios Estratégicos, se decía: «Sorpresa e indignación; el partido que se dejó la piel contra el terrorismo, que combatió la lacra criminal desde los principios y en todos sus ámbitos, ahora se pasea en kefiya».
Enrique de Diego titulaba su columna en la web de Intereconomía: “Cospedal, con el pañuelo palestino: ¿a favor de Hamas?” (15.6.10). Al día siguiente Cospedal dejaba en ridículo a estos críticos cuando aclaró que «no era un pañuelo palestino, no por nada, porque podría haberlo sido, sino porque tiene una simbología muy especial y entiendo que algunos que nos dedicamos al servicio de lo público tenemos que tener cuidado con esas cosas», al tiempo que se mostraba sorprendida por que «por un pañuelo se monte este pequeño escándalo» que «no va más allá» (El Mundo, 15.6.10). Apenas hubo rectificaciones, y mucho menos petición de disculpas a Cospedal. Ésta además destacaba que tampoco sería tan grave que hubiera sido realmente una kefiya, lo cual sin duda despierta las iras de quienes odian todo lo que se asocie con el pueblo palestino. Incluso en un foro de Libertad Digital un lector sugería que, aunque no era un pañuelo palestino, Cospedal se había puesto uno parecido «con toda la intención, para dejar el mensajito de que son tan progres o más que los sociatas en el tema israelí y en el que se tercie». En definitiva, parece que hasta la similitud con la kefiya es imperdonable. Una prenda, por cierto, que representa ante todo a un pueblo que sufre.
Gustavo de Arístegui, portavoz de exteriores del Partido Popular, expresó el respeto del PP a este “símbolo del pueblo palestino”, pero señalaba que “el kefiye usado en Jerusalén no representa lo mismo que en Alicante” porque “lamentablemente los sectores más extremistas de la Unión Europea han hecho suya esta prenda”, como el entorno de Batasuna-ETA. Por ello, insistió en que éste “no es sólo un gesto inoportuno sino que demuestra cual es la naturaleza de la ideología de Rodríguez Zapatero”. “Cada vez que baja la guardia, le sale la radicalidad, la israelofobia, un mal disimulado antisionismo muy teñido de fondo ideológico con fuerte carga antisemita” (Hazteoír.org, 20.7.06). El líder del PP, Mariano Rajoy, calificó el gesto de «gracieta de progre de pacotilla», comentando que «probablemente crea que eso le dé votos» (El Mundo, 22.7.10). Eduardo Zaplana, entonces portavoz del PP en el Congreso, afirmó que el presidente del Gobierno había «perdido, de nuevo, el respeto de muchas naciones» (Webislam, 21.7.06).
Si estos dos casos, especialmente el segundo, han generado polémica en España, hay otros dos sucesos similares que tuvieron mucha menor repercusión: son las dos ocasiones en que el papa Benedicto XVI se puso el pañuelo palestino. La primera fue el 23 de abril de 2009; así lo narraba Libertad Digital:
»Los dos jóvenes, representantes del grupo para saludar al Papa, entregaron al Pontífice un sobre y mientras hablaban con el él, la muchacha le colocó en los hombros la “kefía” blanca y negra que llevaba su acompañante. »El Papa prosiguió hablando con ellos. Poco después, su secretario particular, Georg Gaenswein, le retiró la “kefía” de la espalda. Benedicto XVI viajará a Tierra Santa del 8 al 15 de mayo próximo y visitará, entre otros, Belén y un campo de refugiados palestinos cercano a la ciudad.» Aparte de la referencia al “terrorista Arafat”, los que habitualmente identifican a todos los palestinos y a su legítima causa con el terrorismo, no reaccionaron condenando un suceso casi idéntico al que protagonizó Zapatero con el mismo pañuelo. Ni fue portada de los diarios sionistas, ni los columnistas especularon sobre la naturaleza de la verdadera ideología de Ratzinger, ni hablaron de su israelofobia, antisionismo y antisemitismo, ni aludieron al carácter populista del gesto, ni dijeron que aceptar ese pañuelo fuera una gracieta… Siendo que unos jóvenes le colocaron el pañuelo en cuestión, siempre se podría alegar que Ratzinger, por no hacer un gesto de rechazo, simplemente permitió que se lo pusieran. Pero se da la circunstancia de que con Zapatero ocurrió otro tanto, pues fueron jóvenes de su partido quienes se lo colocaron, y él lo tuvo puesto breves momentos.
Recurrir a un doble rasero en los juicios morales, en función de la afinidad o no de la persona valorada, es una tendencia humana frecuente en los medios de comunicación y en los representantes políticos. Pero no por ello es justificable: siempre supone renunciar a la equidad y manipular. En lo que respecta al jefe de la Iglesia Católica Romana, lo más habitual, tanto entre sus seguidores como entre muchos no católicos, es que “se le permitan” gestos que muchos condenarían en otras personas. Casi cualquiera de sus polémicas actuaciones se justifica, al asignar a este líder político-religioso unas intenciones siempre benefactoras, una delicada posición de integración de todos los colectivos, una voluntad de amor y unidad entre los hombres. De este modo, cuando el papa protagoniza un gesto o pronuncia unas palabras que resultan molestas a cierto colectivo, los propios aludidos suelen considerar que no ha habido “mala voluntad” y atribuyen el “error” a sus asesores o su entorno curial (por contra, todos los supuestos méritos o aciertos del papa se consideran habitualmente fruto de su bondad y capacidad intelectual). Por ejemplo, en relación con estos hechos y otros relacionados con ellos, en un blog judío el autor se preguntaba: «¿A qué va el Pope [sic] romano Benedicto XVI a Israel después de aceptar un pañuelo palestino y de justificar a Mahmud Ahmadineyad por medio de su portavoz, Federico Lombardi? Lombardi, refiriéndose a las intolerantes, agresivas y [sic] insultantes palabras del islamista iraní que soltó en la ridícula e inoperante Conferencia Mundial contra el Racismo, dijo que “a pesar de considerar extremistas e inaceptables las palabras de Ahmadineyad, el presidente iraniano no niega el Holocausto ni el derecho de Israel a existir”» (el caso es que, en esta ocasión, Lombardi tenía razón: ver ¿Dejaremos que los masacren?). Pero este autor sionista concluye: «En el Vaticano o son todos sordos, o sus informadores les ofrecen las noticias totalmente falseadas y manipuladas». Es decir, no se concibe que haya interés o maldad en la posición oficial del Vaticano, sino sólo falta de información. Este curioso fenómeno se debe a, entre otros, dos principales factores: en primer lugar, el aura de santidad que se arroga el papado, y que es lógicamente aceptado por la mayoría de los católicos, pero también por muchos que no lo son (no sólo ocurre con él; en menor medida, esta aura se atribuye también a otros líderes religiosos, como el Dalai Lama). Pero de forma especial, para comprender este fenómeno, es necesario tener en cuenta una clásica estrategia papal: el Principio de Sí Contradicción (PsíC). Para
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