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Antiglobalistas
por la globalización
© G.S.V.
[guillermosanchez@laexcepcion.com]
(6 de septiembre de 2001)
Las
numerosas opiniones vertidas en el actual debate sobre la globalización
han demostrado una realidad: la mayor parte de los llamados antiglobalistas
son partidarios de algún tipo de globalización. Pero cabe
preguntarse si hay, o puede haber, algún modelo de mundialización
éticamente válido.
El
movimiento antiglobalización comenzó a tomar forma social
en el Foro Alternativo al encuentro del Banco Mundial y del FMI en septiembre/octubre
de 1994 (Ignacio Ramonet retrotrae su inicio a enero del mismo año,
con la revolución zapatista). Si se habla del "espíritu
de Seattle" es porque por los acontecimientos de noviembre de 1999
en esta ciudad estadounidense fueron los que saltaron a los medios de
comunicación de forma masiva, debido a que en ellos las protestas
no se limitaron a las movilizaciones pacíficas propias de encuentros
anteriores, sino que se vieron enturbiadas por la presencia de grupos
violentos. Hubo un eslabón anterior, de menor repercusión
mediática, que fue la cumbre de la Organización Mundial
del Comercio (OMC)
en Suiza (mayo
de 1998), cuando más de 1.500 policías efectuaron un centenar
de detenciones después de que grupos de jóvenes protagonizaran
algunos actos violentos. Desde entonces se viene repitiendo este modelo
mixto de protesta.
La
multiplicidad de organizaciones que intervienen en este movimiento ha
dado lugar a intentos de clasificación. Los medios de comunicación
han destacado, como es común en ellos, la diferencia más
llamativa (que quizá sea la más superficial): la que existe
entre grupos pacíficos (incluso pacifistas) y grupos violentos.
Ideológicamente se podría distinguir entre grupos de inspiración
marxista, anarquista, cristiana,
humanitarista
e incluso de extrema derecha. Éstos a su vez podrían agruparse
en dos grandes tendencias en función de sus objetivos: los auténticos
antiglobalistas (a los que podemos calificar de "antisistema")
y aquellos que proponen una transformación del actual modelo de
globalización, sin renunciar al proceso de mundialización
(a los que denominaremos reformistas de la globalización).
La
presencia de los primeros en los medios académicos y de comunicación
es mucho menor; presumiblemente también en las propias protestas,
y parece ser que en gran medida se pueden identificar con los grupos violentos.
Sin pretender simplificar sus planteamientos, quizá una buena síntesis
de ellos se encuentre en la entrevista a miembros de la agrupación
anarquista Black Block (en una de las principales páginas
promotoras del movimiento, www.rebelion.org,
11.8.01): Tras admitir el uso de cierta violencia («sólo
a través de la acción directa se puede romper el bloqueo
de los media»), afirman: «El intento de la clase dominante
de dividir el movimiento mediante la inserción del debate violento-no
violento es viejo. Tenemos que luchar dentro del movimiento con todos
los instrumentos de debate y discusión para que el movimiento antiglobalización
se convierta en anticapitalista y que la resistencia local se convierta
en resistencia internacionalista de corte anticapitalista.»
Claves
del movimiento antiglobalización
Pero
nos centraremos en el otro grupo, explícitamente no-violento, con
representantes en instituciones de influencia social (mass media,
universidades, ONG dominantes, organizaciones internacionales...) y que
por tanto se ha expresado ampliamente en los medios de comunicación.
Salvando las enormes distancias que puede haber entre los representantes
de organizaciones tan heterogéneas, se pueden buscar una serie
de asertos comunes:
1)
La mundialización ha supuesto fundamentalmente una globalización
de la pobreza y una acentuación del abismo entre ricos y pobres:
«Hay un enorme fraude cuando se habla de globalización. Lo único
que se globaliza de verdad es la pobreza», declaraba Federico Mayor Zaragoza,
en El País, 25.10.99).
2)
«Ninguno de los gobiernos que gobiernan la globalización
parece tomarse en serio la lucha contra la pobreza» (Luis de Sebastián,
catedrático de Economía ESADE de la Universitat Ramon Llull,
en El País, 1.10.2000).
3)
Las organizaciones multilaterales, por lo menos tal y como han
funcionado hasta el momento, son insuficientes para la gestión
de la globalización. Ramonet denuncia su tendenciosidad, y califica
a la OMC, la OCDE, el FMI, etcétera, como «el gobierno oculto del
planeta» (El País, 12.2.01). También suelen defender
una mayor capacidad de gestión de las Naciones Unidas, previamente
reformadas.
4)
El movimiento pretende trascender una globalización económica
descontrolada, y conseguir "otra globalización":
la de los derechos humanos, la de la representación popular (no
olvidemos que el lema de la convocatoria de Seattle no era explícitamente
contrario a la globalización, sino que decia "no a la globalización
sin representación").
La
opinión más representativa de esta tendencia podría
ser la de Ignasi Carreras (director general de Intermón Oxfam),
en El País (26.7.01): «Aspiramos a otro tipo de globalización
que sea equitativa y sitúe en su centro al ser humano y el pleno
cumplimiento de sus derechos fundamentales, que no se base en la concentración
de poder, que esté abierta a modelos sociales y culturales diferentes
al occidental, que incluya a los empobrecidos y que promueva la justicia
y la dignidad. [...] Creemos que el mercado puede ser un buen instrumento
para el desarrollo social, si se dan una serie de condiciones:
que toda persona tenga la oportunidad de participar en la generación
de riqueza y que ésta sea distribuida equitativamente.»
Carreras
acentúa la necesidad de una dimensión ética: «Es
igualmente necesario que el proceso sea liderado por una clase política
honesta y orientada hacia los intereses de la población.» Y
propone cambios posibles: «Cambiar la globalización y hacerla
marchar en beneficio de todos precisa que los foros internacionales verdaderamente
decisivos» elaboren otras agendas políticas, las de «la "otra"
globalización para todos».
Importantes
representantes ideológicos del movimiento antiglobalista demuestran
entusiasmo por el curso que puede seguir el proceso. Según Viviane
Forrester, «la globalización, respecto a las nuevas tecnologías
y la posibilidad de la simultaneidad, puede ser algo estupendo para
todos y, además, es irreversible. El problema está en
cómo gestionar eso.» Se manifiesta a favor de la globalización
«porque es un hecho histórico que seguro que se puede gestionar
de muchas formas» (El País, 29.01.01).
Estas
declaraciones muestran dos principios interpretativos frecuentes entre
los críticos de izquierda: la idea de irreversibilidad del
proceso y la esperanza en su resolución positiva a favor de la
humanidad («un resto de fe progresista», como lo interpreta Rafael
Sánchez Ferlosio en ABC, 1.7.01).
Irreversibilidad
de la globalización
Gabriel
Albiac (en su charla con internautas en www.elmundo.es,
25.7.01) considera que «no se puede estar en contra de la "globalización"
como no se puede estar en contra de la ley de la gravedad. De lo que se
trata es de fijar las condiciones de intervención ciudadana en
ese nuevo mundo que ya se ha producido.» Aunque desde presupuestos
ideológicos enfrentados, es una argumentación similar a
la de Vargas Llosa en su artículo «¡Abajo la ley de
gravedad!» (El País, 3.2.01), en el que caracteriza
la globalización como «un sistema tan irreversible en nuestra
época como el sistema métrico decimal».
Pocas
voces, de hecho, instan a una vuelta atrás, principalmente por
dos razones: en primer lugar, resulta bastante evidente que es imposible,
en la práctica, que las vías de conexión e interdependencia
que se han abierto en el mundo puedan cerrarse. Un análisis del
proceso de mundialización que viene teniendo lugar desde, por lo
menos, el siglo XV, muestra la imposibilidad de frenarlo de forma general.
En segundo lugar, los activistas no quieren ser tachados de anacrónicos
o reaccionarios (como frecuentemente se hace con las ramas más
radicales del movimiento ecologista).
Entre
los propios anarquistas tampoco faltan propuestas "globalistas",
insertas en la propia tradición internacionalista: «Para
evitar lo peor (que puede llegar a corto, mediano o largo plazo), todos
los hombres de todos los países, de todas las razas, de todas la
religiones, de todas las ideologías, no tienen más que una
salida: una política global de interés general, sin nacionalismos,
con federalismo, sin capitalismo, con socialismo libertario» (Abraham
Guillén, "La sociedad autogestionada", La libertaria,
nž 5, septiembre de 2000). Ellos mismos se autodenominan Movimiento de
Resistencia Global (www.sindominio.net).
"Otro
mundo es posible"
La
idea de que el proceso es irreversible podría conducir a una sensación
de desesperación. Pero, siendo numerosos los análisis
pesimistas de la realidad actual , son pocas las voces que anuncian
previsiones desesperanzadoras. Paradójicamente, aunque apenas
se pueden observar tendencias ilusionantes, la confianza en el futuro
es general.
Ramonet
(El País, 12.2.01) asegura: «Se ha comenzado a entrever
que otro mundo es posible. Un mundo en el que se suprimiría
la deuda externa; en el que los países pobres del Sur jugarían
un papel más importante; en el que se pondría fin a los
ajustes estructurales; en el que se aplicaría la tasa Tobin en
los mercados de divisas; en el que se suprimirían los paraísos
fiscales; en el que se aumentaría la ayuda al desarrollo y en el
que éste no adoptaría el modelo del Norte ecológicamente
insostenible; en el que se invertiría masivamente en escuelas,
alojamiento y sanidad; en el que se favorecería el acceso al agua
potable de la que carecen 1.400 millones de personas; en el que se obraría
seriamente por la emancipación de la mujer; en el que se aplicaría
el principio de precaución contra todas las manipulaciones genéticas
y en el que se frenaría la actual privatización de la vida.»
Desgraciadamente, no es capaz de nombrar ni un solo ejemplo de aplicación
global de ninguna de estas ilusiones, ni indica qué tendencias
actuales nos podrían animar a esperarlas. Algunos mencionan los
procesos a Pinochet y a Milosevic como presagios de una justicia global.
Otros
autores apuestan por el viejo sueño ilustrado de redención
a través de la cultura. Jeremy Rifkin (El País, 4.7.01)
cree que «es posible que haya llegado la hora de contemplar la posibilidad
de establecer una Organización Mundial de la Cultura que
represente los intereses de las distintas culturas del mundo y otorgarle
el mismo rango que a la Organización Mundial de Comercio en los
asuntos internacionales.» También confía en que ese día
la humanidad vivirá mejor.
Bernard-Henri
Levy (El Mundo, 13.8.01), el ya viejo "nuevo filósofo",
siempre rebelde, cifra sus esperanzas en la redistribución económica
según un modelo centralista: «Soy un mundialista convicto
y confeso. Fui internacionalista antaño y soy, por las mismas razones,
mundialista hoy. Y estoy profundamente convencido de que la tasa Tobin,
es decir, esta idea, surgida por vez primera en la Historia, de instaurar
un verdadero impuesto mundial, representaría, desde el punto de
vista de la mundialización, un avance considerable.»
Nuevo
orden mundial
Pero
quizá las propuestas más esperanzadas sean
las de tipo político. No sólo se cree que otro mundo es
posible, sino que ese mundo llegará mediante la gestión
adecuada de las condiciones presentes, y mediante una organización
política representativa y justa. Los reformistas de la globalización
(a los que ya no podemos seguir denominando "antiglobalistas")
piden a los gobernantes del mundo la implantación de una auténtica
democracia planetaria.
En
una entrevista en El Mundo (22.7.01), Ramonet considera que «es
demasiado pronto como para que alguien hable en nombre de este movimiento,
que es polifacético.» Ante la pregunta de si llegará el
día en que representantes del movimiento se presenten a unas elecciones,
contesta: «Es demasiado pronto. Además, ¿dónde se presentaría
uno? A escala planetaria no hay elecciones. Nosotros proponemos que
se celebren referendos mundiales en torno a algunos temas, como la
deuda o la Tasa Tobin. Y entonces se les puede decir a los amos del planeta,
al G-8: "Miren ustedes, esto es lo que piensa el mundo".»
Distintos
autores manifestan esta misma confianza. Albiac (loc. cit.), poco
dado a previsiones optimistas, expresa cierta ilusión: «El movimiento
es, en efecto, caótico. Confío en que él mismo sepa
regularse y excluir provocadores e indeseables. La alternativa debería
pasar a través de una concepción de la autopotenciación
ciudadana que no pase ya a través de las mediaciones del Estado-nación.
[...] No pienso que se pueda luchar "contra" la globalización,
sino "desde" las nuevas condiciones que la globalización pone.
Y que son estupendas. El fin del Estado-nación no puede
sino regocijarme.»
En
www.movimientos.org (14.8.01)
se puede leer la «Convocatoria del Primer Encuentro Internacional de Movimientos
Sociales», en la que se ataca la «Globalización Neoliberal» y se
apuesta por una «Alianza Social Mundial». El lema es: «¡Globalizando la
lucha / globalizamos la esperanza!»
Las
religiones institucionales y sus movimientos de base (muchos de los cuales
se encuentran apoyando el movimiento) expresan previsiones similares.
«A priori la globalización no es ni buena ni mala. Será
lo que la gente quiera que sea», afirmó Juan Pablo II en su discurso
a la Academia Pontificia de Ciencias Sociales del 27 de abril de 2001
(citado en www.zenit.org, 16.6.00). Se habla de una «globalización
fundada en valores humanos y religiosos», tal y como se propuso en
el VII Encuentro de la Comisión de Enlace Islámico-Católica,
en Roma: «Existe una valoración común entre católicos
y musulmanes sobre los "beneficios" y los "peligros"
de la globalización» (Zenit, 15.7.01).
El
cardenal Tettamanzi (Zenit, 9.7.01) propone que la Iglesia Católica,
de tradicional tendencia universalista, sirva de modelo para la globalización:
«Jesucristo quiso que la Iglesia fuese universal y local a la vez. Descubriremos
que tenemos en nosotros mismos, como miembros de la Iglesia, un modelo
vivo y original para una globalización auténticamente humana
y solidaria». Según la característica identificación
católica entre iglesia y sociedad, el cardenal
Sodano señala posibles vías para el proceso: «Los cristianos
[en referencia a los católicos] no se asustan de la globalización.
[...] El cristianismo mismo es una religión globalizante. En este
mundo, definido ya como aldea global, la Iglesia tratará de introducir
la levadura del Evangelio de Cristo. Desde dentro, la Iglesia tratará
de elevar el tono espiritual de la humanidad, con los medios que le
son propios» (Zenit, 19.7.01). No explica cuáles son esos medios.
Aun
mostrando enormes discrepancias con la institución vaticana, los
pensadores más izquierdistas del catolicismo coinciden en su visión
mundialista, estableciendo así un puente con los sectores laicos
de la sociedad. Leonardo Boff (citado en www.icp-e.org,
1.7.01) habla de globalización como «esperanza», la ética
como «condición para el nuevo orden mundial», la democracia como
«valor universal».
¿Hacia
dónde nos dirigimos?
El
movimiento antiglobalización, independientemente del futuro que
le espere, ha venido marcando un hito en la movilización social
de las últimas décadas. Es una expresión multiforme
de innumerables (y hasta contradictorias) tendencias, pero late dentro
de él un descontento hacia la radical injusticia sobre la que se
asienta nuestro mundo. Sus activistas han sido criticados por ser ciudadanos
de clase media de los países "ricos", supuestamente consumistas,
que no tienen otra cosa en la que perder el tiempo que agrupándose
para la reivindicación. Pero precisamente este afán combativo
hace que (la mayoría) merezcan el elogio. Sólo algún
mal pensado podría juzgar que sus intenciones son en general
autocomplacientes, frívolas o retorcidas.
Hemos
comprobado que la mayor parte de los componentes del movimiento apuestan
en realidad por "otra globalización", alternativa a la
actual en los procedimientos redistributivos, en los fundamentos éticos,
en el reparto del poder. Frente a la parcelación económica
del capitalismo transnacional, medidas de política económica
impuestas a nivel mundial. Frente al individualismo, la solidaridad como
motor de la sociedad, con la esperanza de llegar un día a alcanzarla
de forma generalizada. Frente a la fragmentación política,
la unidad de acción a través de sistemas representativos
globales.
Cabría
preguntarse sobre qué indicadores actuales se fundamentan
estas esperanzas. Si por algo se puede criticar al movimiento
es por su (bienintencionada) ingenuidad. Resulta difícil
creer que sistemas como la democracia representativa, que en ámbitos
más reducidos y fáciles de controlar (como los estados-nación,
ahora en crisis) no ha conseguido desarrollar un alto grado de implicación
social, podrán funcionar de manera justa y equitativa a nivel mundial.
No olvidemos que, hasta el momento, todos los intentos de construir utopías
globales o se han diluido en proyectos "realistas", o han sido
derrotados, o, sobre todo, han degenerado en sistemas autoritarios. Cifrar
las esperanzas de redención mundial en procesos cuya evolución
positiva no somos capaces de vislumbrar puede resultar en sorprendentes
giros totalitarios.
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